Defender lo indefendible
Nuestra estupidez llega tan alto que defendemos determinadas situaciones, acciones o comentarios que no se pueden defender, o, mejor dicho, no deberían defenderse.
Defendemos a un familiar sólo por serlo, da igual que tenga razón o no, lo defenderemos hasta la muerte si es necesario. Ni tan siquiera nos planteamos una duda, una duda razonable para conocer si, tras apoyarle, hay que defenderle o no.
En política, como somos así de necios, defendemos nuestra ideología y, en consecuencia, al partido que la defiende, haga lo que haga, diga lo que diga o vaya a donde vaya. Que el partido de nuestras ideas roba, más roba el otro, que el nuestro hace las cosas mal, peor las hace el otro. Defender a la ultraderecha, defender a la ultraizquierda ... ¿somos personas coherentes?
Y qué decir de nuestra pareja, esa persona a la que defendemos, en condiciones normales de presión y temperatura, de todo aquello a lo que tenga que enfrentarse y que sintamos que los expone en una situación de indefensión, olvidando la independencia, el sentido común y la autonomía de cada ser para defenderse y saber desarollarse.
Por defender, defendemos las razones que ha llevado a una persona desleal a serlo, a una infiel a serlo o a un asesino a serlo.
Es cierto, cada individuo de la especie humana tiene su forma de ser, de estar y de hacer, todos tienen sus derechos (y sus obligaciones), pero, por desgracia no a todos se les ha dotado de la misma inteligencia y ahí está el problema. Sí, porque al final se convierte en problema cualquier tontería subsanable en un principio, pero como nos empeñamos en amparar lo inadmisible o lo injustificable estamos protegiendo la sinrazón de la especie humana, argumentando banalmente motivos que intentan justificar lo inaceptable ante una persona inteligente, sensata y cuerda.
¿Por qué se defiende lo injustificable? Jugamos con el absurdo a la hora de defender algo o alguien que no se debe defender, pero nos da igual. Nunca fuimos esa persona que destacó por sus comentarios coherentes, nunca fuimos aquella que supo callar cuando debió hacerlo, tampoco la que habló en el momento oportuno, nunca nos hicimos respetar, nunca fuimos admirada por alguien.
Siempre nos dedicamos a chismear y nunca a hablar, pronunciamos palabras para que entiendan los necios, los abatidos, pensamos que chismeando nos ganaremos la atención y la admiración de los que callan en vez de hablar por hablar, y no, porque todavía quedan personas inteligentes, interesantes, sensatas y coherentes.
Y todo el mundo tiene derecho a hablar, igual que todo el mundo tiene el derecho a ser defendido, pero tanto unos como otros, que se haga humanamente al menos.
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