Infundiendo Pena

Una de las estrategias de las personas cobardes es dar pena.
Ser desleal, incoherente, apoyando aparentemente al que menos te importa siendo realmente el más importante, actuar con maldad, con astucia, con falsedad ... pero actuando con pena todo parece distinto. La falsedad más grande quizás es dar pena cuando no la sientes.
Actuando con pena una persona parece siempre una víctima, y si llora más aún. Si haces algo mal (o todo) y lloras como excusa de tu hecho, darás pena y posiblemente obtengas el perdón requerido.


Enmudecer hasta que el peligro desaparezca es propio de seres cuya vida se desarrolla en el lado miedoso de la vida, achantados por quienes dicen ser su familia o su amigo, amilanados para no tener que dar explicaciones, llorosos cuando hay que darlas. Huyendo del terror que puede significar para algunos la toma de decisiones, el apoyar a unos o a otros, el ser objetivo.

Otro problema aparece cuando hacemos caso a esa pena, a esas lágrimas. Nunca una persona objetiva ha de hacer caso de unas lágrimas como último recurso de alguien atrapado por su egoísmo y subjetividad. Nunca una excusa pueda darse en forma de lágrimas, ya digo, el recurso más cobarde de una persona es dar pena, es llorar ante el peligro.



Las personas veraces lloran de emoción, lloran por sentimientos alegres, incluso en la muerte, lloran recordando a los que ya no están, recordándolos en bonitos momentos. Sus llantos no obedecen a sentimientos de culpa carentes de realidad, lloran sintiendo que la vida es vivida por aquellos que tienen una especial sensibilidad por ella, por la vida, y que disfrutan formando parte de algo.


Todo depende, todo es relativo, una palabra puede sonar de mil maneras posibles, podemos entenderlas o no. Una lágrima siempre cae cuando emana, y se puede entender por qué emana. Siempre tendremos la opción de elegir qué creernos, qué aceptar.

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