Cuando perder es ganar

No descubro nada nuevo si digo que la mente del ser humano es una mente conservadora, intentamos guardar todo aquello para lo que haya un sitio, independientemente de que nos sirva para algo o no.
Y dentro del "todo aquello para lo que haya un sitio" podemos hablar desde un cuaderno, una foto o incluso una persona. Nada es indispensable, todo se puede guardar, todo se puede recordar, todo se puede desestimar.
Si desestimamos es porque no valoramos lo suficiente a alguien o a algo, está claro. Nada se puede querer a la fuerza, todo amor, todo valor, requiere un impulso, una motivación. Estimamos o desestimamos, apreciamos o despreciamos, las dos cosas a la vez no pueden ser.
Dentro de la estima o del aprecio pueden aparecer situaciones en las que parezca ser lo contrario, situaciones en las que creemos haber perdido ese amor hacia ese algo o alguien, pero en el momento en el que valoramos ese aprecio, estimaremos su conveniencia para nosotros.
Caso contrario es cuando tras valorar no llegamos a una conclusión de conveniencia para nosotros, el saldo que nos resulta de apreciar esa relación es negativo para nosotros, nos damos cuenta que después de invertir mucho nunca nos dio nada positivo, por lo tanto, lejos de querer únicamente obtener algo provechoso para nosotros, esa relación con ese objeto o persona debe terminar porque no lleva absolutamente a ninguna parte en la que obtener un beneficio, aunque sea un suspiro de satisfacción.


Entonces, ¿por qué lo guardamos todo? Por dejadez. Porque puede ocupar un sitio que no nos hace falta para otra cosa. Un cajón, al igual que un corazón, tiene sitio para algo mientras ese sitio no nos haga falta para otro algo. Cuantas veces nos ha pasado que hemos guardado una cosa en un cajón y hemos dicho "por si me hace falta". Han pasado ocho años y esa cosa sigue en el cajón y sólo nos hemos acordado de ella cuando hemos abierto el cajón y la hemos visto ahí, sola, sin nada que transmitirnos. Al corazón le sucede lo mismo. Nuestra conciencia, a veces, no nos deja eliminar de nuestro corazón aquello que no sirve para nada, solo ocupa un lugar por ocuparlo. Ocupa un lugar, pero un lugar paradójicamente vacío.

Lo peor de todo es guardar el miedo, tenerlo siempre ahí, siempre presente, impidiéndonos ser libres, impidiéndonos soltar aquello que nos pesa y sin cuyo lastre seríamos más felices.
Debería darnos igual el qué dirán y entender que el lastre nos hunde, nos ahoga y no nos dejará llegar al final del viaje. Suéltalo, te alegrarás.

La teoría nos la sabemos todos, ponerla en práctica es el problema.

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