Pena, penita ... pena
Está más que claro. En nuestra forma de vida, hasta en la más positiva que haya, se deja un hueco más o menos grande a mostrar pena. Esa aflicción, esa tristeza que alguna vez mostramos viene a demostrar que la "desgracia" personal es una fuente de empatía absurda.
En un momento dado nos centramos más en mostrar pena que fuerza, tristeza que alegría, ..., mostramos más nuestro lado endeble buscando la compasión ajena. ¿Por qué? Bueno, dar pena siempre resultó.
La gente empatiza más con el triste, con el pobre, con el que derrama lágrimas, con el que muestra dolor. Eso es así. La pena despierta en nosotros un sentimiento de afecto y de ternura por el simple hecho de que creemos que la persona que la muestra lo está pasando mal.
El problema aparece cuando hay gente que utiliza la pena para conseguir sus objetivos personales, es decir, el que llora sin lágrimas (o con lágrimas si de un buen actor se trata), el que dice tener dolor sin tenerlo en realidad o el que cuenta cuentos de cómo le va la vida.
Los que llevan siempre puesto el disfraz de apenado, egoístas con una pobre vida, nunca sentirán por ti lo que quieren que se sienta por ellos. Es como aquello de "yo he venido a hablar de mi libro" ... lo demás no me importa nada.
Nunca seremos libres aparentando pena y tristeza. Es como pasar frío teniendo abrigo o mojarse y tener un paraguas cerrado en la mano.
Si vemos el balón podemos pensar que ha caído en un charco y que se terminó el juego. Ahora hay dos opciones: o irnos para casa con la cabeza agachada o mojarnos los pies y coger el balón para seguir jugando.
Todo depende de ti, de cómo quieras vivir, de no aprovechar la desgracia ajena para mostrar la tuya. De empatizar y no que empaticen. De ir hacia adelante y no dar pasos atrás.
Quizás no haya peor pena que vivir en la pena.
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