Pedirle perdón a la sinceridad
Siempre que la vida me ha llamado he ido, independientemente que fuera a ganar o a perder, siempre miré por los demás, nunca por mí, oí la voz que no sonaba, escuché el silencio, caminé sin saber el final, tardé en aprender y no me importó, cuando vine y vi, vencí, con las perdidas que conllevaba.
Y nunca pedí nada, me limité a ser yo mismo y a obrar en consecuencia, admirando lo maravilloso de la vida, huyendo de lo despreciable. Aprendí (no me lo enseñó la vida) que hay que rectificar cuando se cometen errores, que de los cientos de personas que conozco me quedo con muy pocas, no más de cinco, que sólo soy feliz en determinados momentos y sitios, estando sólo o acompañado de determinada gente.
Y sentí, como pocas veces en mi vida, y vi lo que necesitaba, con eso era más que suficiente. Y, aunque me repudiasen todas las personas que en teoría me quieren yo sabría que lo que hice fue correcto, correcto para mí, porque quizás por una vez hubiese pensado en mi y en alguien más.
Son muchas las ocasiones en las que pedimos perdón sin pensar realmente por qué estamos pidiendo perdón. La deslealtad, la desconfianza, el desánimo, la falsedad, la hipocresía ... la mentira, pediremos perdón por todo aquello que realmente hagamos mal pero, cuando nuestro problema sea la sinceridad, sin deslealtad o sin mentira, no habría que pedir perdón.
Si me equivoco, como siempre, rectificaré, pero no me voy a quedar teniendo las dudas por no haber intentado ser más feliz, hay que buscar la felicidad constantemente, nos sentiremos vivos, y si en la búsqueda sufrimos tendrá un sentido, un porqué, pero no un lamento.
El mundo nunca me ayudó, porque siempre pensó en él.
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