El Nivel Personal

O hacer en función de lo que los otros hacen.
Como una espiral que nunca acaba, así somos. Dejamos nuestra personalidad aparcada a un lado para colocarnos a la altura de esas personas que no nos gustan entrando en su juego de insultos o acciones.
La personalidad se perdió el mismo día en el que se descubrió la imitación o la envidia. Entonces empezamos a actuar en función de lo que nuestro alrededor nos marque: que nos gritan, nosotros gritamos más, que nos critican, pues nosotros más, que nos humillan, pues ídem de lo mismo. Casi nunca decidimos estar por encima de eso, demostrar que nuestro nivel no está donde nos quieren llevar, demostrar que no somos uno más.

Vivimos en una guerra constante contra todo aquello que no nos gusta y, en vez de apartarnos de ello, batallamos, una y mil veces para, simplemente, quedar encima de eso, al menos que uno mismo crea que ha quedado encima.
Nuestra guerra se centra principalmente en creernos en posesión de la razón frente a todo, utilizar nuestros motivos para agarrarnos a la razón o la falta de ella. Precisamente cuando no estamos en posesión de la razón es cuando más se manifiesta nuestra falta de personalidad o, más bien, la altura de la misma.


Nos convencemos a nosotros mismos, nos queremos mentir y nos creemos la mentira sólo por el simple hecho de tener un motivo para justificarnos, nos empecinamos en creer nuestra falta de razón frente a los demás, algo objetivamente imposible.
No reflexionamos por nuestra falta de razón frente a aquellos que la tienen, no hacemos un examen de conciencia tal que pueda eximirnos de liberar esa conciencia falta de argumentos para aplaudir a quien se lo merece y aprender de los errores.

La vida, al menos para mí, es un continuo aprendizaje, un aprendizaje personal digno, un aprendizaje que nos haga principalmente valorar lo que los otros hacen, asimilarlo y copiarlo (nunca imitarlo) para intentar mejorarlo.
Hemos de mejorar las virtudes de los demás con paciencia, hemos de alimentar nuestra conciencia con actos motivantes, con respeto hacia todo aquello que nos enseña algo aunque no queramos reconocerlo.

Defender la sinrazón nos coloca a la altura justa que nos merecemos. No pensamos para corregir nuestros errores, simplemente ... los dejamos pasar.

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