Dejarse llevar

Si a nuestra falta de personalidad le sumamos la envidia que caracteriza al mundo hemos de darnos cuenta que nuestro valor puede alcanzar lo mismo que la credibilidad de los políticos, nada.
La teórica vida de las personas debería transcurrir por el camino de la felicidad, disfrutando con cada trozo de vida, entendiendo que la misma no es más que nuestro paso por un mundo lleno de odio y celos, donde los buenos serán considerados herejes y los malos fieles de una rencorosa sociedad.

Pero los perjudiciales para la sociedad, aquellos que renuncian de su felicidad a cambio de entorpecer la de otros, necesitan a los virtuosos que escapan del rencor para sembrar alegría, altruismo y capacidad para que les inspiren y les ayuden en sus batallas a favor de la vida. 
Los malévolos dejan de sentir agrado por una persona en el mismo momento que esa persona les demuestra que sabe caminar sola, que su interés en la vida no va más allá que el de disfrutar todo lo que pueda, que no contará con los que le ponen trabas en su intento de conseguir la felicidad.


Los envidiosos ponen trabas de forma malintencionada con el propósito de demostrar que los buenos no son tan buenos y que pueden caer en sus mismos fallos personales, que pueden sentir envidias y pueden mentir acerca de su persona, que no es oro todo lo que reluce.

Lo pobre de la vida de los envidiosos es precisamente no darse cuenta de que lo son. Y lo serán con cualquier persona que habita la tierra, con personas inalcanzables para ellos, lo que hace absurda su envidia y con personas alcanzables para ellos, lo que hace a la envidia todavía más absurda.
Pero los desconfiados y envidiosos necesitan de las personas por las que sienten celos para que su vida tenga sentido. Se dejan llevar sin saber hacia dónde van. Sólo les mueve la envidia.

Una cualidad de los envidiosos es el conformismo, de ahí que les aparezca ese sentimiento de celos cuando los demás, inconformistas, consiguen aquello que siempre han anhelado los soberbios pero que nunca se han atrevido a intentar conseguir porque nadie cercano lo había intentado. Una vez intentado (y conseguido) por otros, los celos les corroe y dejan de ser felices. No se trata tampoco que deban alegrarse por los éxitos de otro pero si les diera igual realmente serían más felices, o felices al menos.

Se dejan llevar por aquello que saben que es bueno aunque sea conseguido por otros. Se dejan llevar por aquellos que saben que llevan el camino correcto. Se dejan llevar por todo aquello que no son capaces de adoptar como propio. Se dejan llevar por todo lo que les produce envidia.

La negación de determinadas necesidades les hace más vacíos aún. Entender que los problemas y los malos hábitos son siempre de los demás es la característica principal del perdedor, del que se deja llevar por todo. Y así le va.

Buenos hay pocos, muy pocos, pero con conocer sólo a uno y que sea mi amigo, me basta.

Comentarios

Entradas populares