Échame la culpa, pero reconoce tus errores

Es la norma más habitual en las personas: las culpas son siempre de los demás.
Y evidentemente nos equivocamos, porque no siempre pueden ser los fallos cometidos por los demás.
Sin entrar a valorar que rectificar es de sabios, sí que deberíamos admitir que el reconocimiento de nuestros errores nos da un valor personal que no todo el mundo posee. No todo el mundo reconoce sus errores y ese es el gran error (valga la redundancia) de la sociedad.

La inteligencia nos ayuda para llegar a ser aquello que nos gustaría ser. Podemos tener hábitos en principio insalvables, podemos entender que nuestras obsesiones son incurables, podemos llegar a creer que moriremos jóvenes, pero nada de esto es excusa para no entender que la culpa no puede ser siempre de los demás.

No nos hace falta nadie para entender que el sitio que debemos ocupar en el podio es siempre el primero y ese es otro gran error. La razón no puede estar siempre en todos los lados. Es cierto que en la vida no deberíamos estar siempre compitiendo para ocupar el primer lugar, para ser los mejores y que los demás lo vean, para presumir de nuestros logros. No. Hay que vivir para ser el mejor pero para que podemos verlo desde abajo, desde la humildad, desde ese lugar donde todo se ve más bonito, más alegre, más empático, más sensible. Si queremos ser lo que esa persona es no debemos odiarla o envidiarla, que es lo más normal, debemos luchar para, al menos, igualarla sin dejar de ser nosotros mismos entendiendo que la envidia sólo nos llevará a dar de comer a las raíces que nunca verán la luz y que sólo alimentan el ego inútil pues nunca dará flores.


En la vida jugamos a parecer, jugamos a ser jueces parciales, jugamos todo el tiempo y nunca ganamos esos juegos. Proclamo que la envidia es mala pero realmente soy envidioso, muestro siempre mi lado más humano cuando la gente no me importa nada, defiendo la vida cuando no dejo vivir a los demás. Voy culpando al mundo de mis desgracias, pero esas desgracias se produjeron por mi falta de autocrítica, 

Y el mundo me puede hacer mil regalos ... y ninguno será válido o querido por mi si no soy capaz de reconocer mis errores y disfrutar de la vida para apreciar ese regalo. No puedo pretender ni pretendo que el mundo sea como yo quiero que sea, sólo yo puedo ser como yo quiero ser. Y quizás el mundo me lo agradecerá ... o no, porque eso debe ser secundario.

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