Aprender sin Errar
¿Cómo es posible aprender sin reconocer nuestros errores?
Absolutamente nadie está libre de errar y absolutamente todo el mundo es libre de aprender.
Es fácil comprobar qué somos o qué es de cada uno de nosotros dependiendo de si reconocemos nuestros errores o no.
Los errores no son malos, ni mucho menos, equivocarse es quizás la forma más natural de presumir de humanidad siempre que se reconozca.
Y en el reconocimiento del error está la capacidad de la persona de ser humana. Lo contrario es cerrarse las puertas del paraíso donde sólo estarán las buenas personas, aquellas que un día erraron y entendieron qué era la vida, cómo vivirla y cómo ser felices. No pienses en el paraíso como en el cielo, no, el paraíso puede ser una reunión, una fiesta, un trabajo o un partido de fútbol, el paraíso es disfrutar con quien quieres de la vida.
Es cierto, como dice el refrán "nunca es tarde si la dicha es buena". ¿Quién es feliz en su vida? El que ha reconocido sus errores y ha aprovechado las oportunidades que se le brindaron para corregirlos.
Siempre habrá oportunidades para corregir los errores que hayamos podido tener, el problema no es otro que no reconocerlos y pasar los días como si nada pasase y, cuando te des cuenta, ya será tarde para corregir esos fallos y en consecuencia tener un motivo para no ser feliz plenamente.
La libertad la tenemos precisamente para hacer, o no, lo que nos dé la gana según nuestra inteligencia y deseos. Pero la inteligencia no nos da la libertad y nuestros deseos pueden ser infinitos según en qué dirección queramos ir. Por eso hemos de cultivar el carácter, que nos dará todo aquello que queramos conseguir, o al menos intentarlo. Nos dará experiencias, sabiduría y personalidad, sin él, los fallos no tienen sentido, no se aprenderá de ellos.
Nos enseñan a acertar pero no nos enseñan a fallar, que también es necesario. La humildad no entiende de egos y sí de reconocimiento de errores. Más aún cuando, ante ciertos consejos o recomendaciones, no hacemos caso de ellos y creemos que estamos protegidos ante cualquier posible error. Pensamos que los fallos y las imprudencias las cometen los demás, nunca nosotros.
No es exceso de confianza el creer que nunca fallamos (ni fallaremos), es escasez de humildad. Y en el reconocimiento del error está la evidencia de quiénes somos, ya digo, sensibles o insensibles, capaces o incapaces, ..., y nunca es tarde para rectificar, y nunca para aprender.
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