Adoptar la postura correcta

En nuestra vida tenemos básicamente dos opciones de enfrentarnos a la realidad, es decir, a los problemas diarios. Podemos hacerles frente o por el contrario podemos obviar la realidad.
La realidad como todo aquello que constituye el mundo real puede ser igualmente vista desde los mismos puntos, conocerla y actuar en consecuencia o no querer verla y mirar como pasa sin que hagamos absolutamente nada.
De manera evidente las dos posturas son admitidas, pero quizás no son correctas. ¿Por qué? Muy fácil, porque los que no hacen nada por actuar conforme a la realidad de la vida son precisamente los que más se quejan de las justicias o injusticias que durante ella puedan darse.

Para adoptar una forma lo más correcta posible para afrontar la realidad, la vida, es necesario cumplir una serie de requisitos, sin que nadie nos obligue, y que nos llevarán a entender qué es la vida, cómo se vive y hasta cuándo se vive.
Normalmente lo que vemos, lo que vivimos en primera persona es lo que es, nadie nos puede hacer ver lo contrario y nadie puede vivir por nosotros. Es como ese ángel y ese demonio que llevamos dentro y a los que se supone que habría que hacerles caso, a uno o a otro, y nunca hacernos casos a nosotros mismos, a lo que vemos, a lo que realmente es y no a una posible interpretación.
Pues si hiciéramos caso de lo que vemos, de lo que vivimos, y tuviéramos una conciencia real de por qué las cosas son como son, no tendríamos ni un ángel ni un demonio a quien escuchar. Actuaremos por nosotros mismos, con capacidad, con responsabilidad, con sensatez.


Quizás sea el "ser o no ser" tan famoso, quizás el "no hay peor ciego que el que no quiere ver", o sordo, o desentendido. Ya digo, todo puede valer a la hora de adoptar la postura correcta.
En la mayoría de las ocasiones, adoptar una postura correcta significa hacer oídos sordos en el sentido más amplío del significado de esta expresión, es decir, no hacer caso, ni de lo malo que dicen ni de lo bueno. No todo puede dar igual.
Hablo de lo que veo, de lo que vivo y después pienso. Pienso mucho. Tras ello, adopto una postura, obro en consecuencia. Me quedo o me voy. Si me quedo es para aportar. Si no puedo aportar, me voy.

Nunca pensamos, nunca buscamos la razón de por qué son las cosas, de por qué suceden, nunca buscamos un por qué. Nos limitamos a darle la razón a aquella persona que más nos molesta y así dejará de hacerlo. Nos ajustamos básicamente a dejar de pensar y de ser. Si nos dicen algo de alguien no nos molestamos en buscar una explicación, no, condenamos si hay que condenar o elogiamos si hay que elogiar.
Menos aún pensamos en que nosotros podemos ser la razón de lo malo. Quizás pensamos en que somos la razón de lo bueno, pero ¿y de lo malo?

La vida nos va enseñando que hay un camino correcto, una postura a adoptar, pero nosotros condicionamos nuestra existencia a querer ver y aprender o a no hacerlo. 
Si aprendemos de la vida adoptaremos la postura de la razón, no hablo de tenerla, hablo de darle una explicación a las cosas, de darle a cada cuestión su significado, incluso cuando van en tu contra.
Si no queremos aprender, siempre tendremos nuestras razones para hacer las cosas o para ser como queramos ser, aunque a veces no tengamos explicación de por qué lo hacemos o de porqué somos.

Iré donde tenga que ir siempre y cuando valga la pena. Me retiraré igualmente si vale la pena hacerlo.

Comentarios

Entradas populares