Arquitecto de ilusiones, obrero desanimado

¡Qué bonito es ilusionarse con el futuro! ¡Qué bonito es desear que sea posible!
La vida, que básicamente consta de tres partes vitales, niñez, adolescencia y madurez, la pasamos deseando cosas, teniendo ilusiones y anhelando que todo se pueda cumplir.

El cumplimiento de todos esos deseos está en nuestras manos. Todo depende de ti, de lo que quieras hacer realizar, de satisfacerte a ti mismo, de no fracasar en ese futuro lleno de ilusiones.
Todo depende de la magnitud de tus ilusiones y de las ganas que tengas para hacerlas realidad.
El que sueña con sus proyectos futuros ha de saber que lo primero es cimentar los mismos, asentar las bases para que cuando vengan tiempos difíciles, los sueños sigan intactos. Un arquitecto, si un obrero, no es nada, un obrero sin arquitecto, tampoco. Por eso hemos de tener ambos cometidos, el que diseña sueños y el que los ejecuta.

Desde niño tenemos ilusiones para cuando seamos mayores por lo que nos convertimos en arquitectos de sueños, diseñamos nuestro futuro, un futuro alegre, animado, ilusionante. Luego esas ilusiones van cambiando, poco a poco van convirtiéndose en sueños inalcanzables debido a nuestro proceso de envejecimiento, porque a medida que vamos perdiendo esas ilusiones vamos haciéndonos viejos, marchitándonos por dejar las ilusiones a un lado y resignándonos a trabajar sin fe, a ser un obrero al que le dan igual las calidades, al que le da igual un posible derrumbe.


Diseñamos una familia unida, con hijos, disfrutando de la vida juntos. Nos vemos como maridos y padres perfectos o como esposas y madres excelentes, soñamos con imágenes de felicidad, soñamos con el éxito personal y social. Cuando nos toca ejercer de obrero, todo es más difícil, no porque cuando fuimos arquitectos soñamos demasiado, no, todo es más difícil porque comenzamos a perder nuestras ilusiones. Si recordamos nuestros sueños de niños, nos convencemos de que sólo eran eso, sueños de niños. Y no, deberíamos de estar siempre soñando y trabajando para que se cumplan nuestros sueños. Debemos ser esos obreros incansables que no descansan hasta que la construcción del sueño esté terminada. Y mañana, a empezar otra obra.

En muchísimos casos creemos que vamos construyendo todos esos sueños que teníamos, que conseguimos un trabajo, conocemos a una persona con la que nos casamos y tenemos hijos, nos compramos una casa, un sofá, una cama y una televisión.
Esa creencia de que vamos consiguiendo nuestros deseos empieza a tener dudas. A veces creemos que nuestro trabajo no es el que soñamos, que la persona que creíamos conocer empieza a ser una desconocida, nuestros hijos nos superan y nuestra casa se nos cae encima. Sólo nos queda el sofá y la tele, porque la cama tampoco es lo que era. Fallan los cimientos de nuestros sueños.
Quizás hemos corrido demasiado por conseguir rápido lo que queríamos, quizás nos faltó personalidad para rematar los diseños de sueños, quizás, quizás, quizás.

¿Cuándo nos damos cuenta de nuestros sueños rotos? El desánimo del obrero empieza cuando ve grietas y fisuras en nuestra construcción, en esa vida que creíamos que alcanzaría la gloria a los treinta años y que, tras algunos más, tememos su desplome por haber tapado esas grietas a tiempo. Ahora, posiblemente sea tarde, ¿el fallo? Sí, el origen.
El origen de fábula, sin base, una estructura de hormigón en firme de papel, sueños inalcanzables con vicios escondidos que, irremediablemente están destinados al fracaso. Pero el fracaso no es el fin, puedes soñar de nuevo y aprender de los errores cometidos ... si quieres.

Cuando el desánimo aparece, desaparece todo aquello que soñamos un día y por lo que dejamos de creer, de luchar, de conseguir. Nunca es tarde para emprender nuevos proyectos con la ventaja de añadir a tu currículum las experiencias vividas. La caída de tu construcción no significa que vayan a caerse todas. La ilusión hará que nada se destruya, eso sí, no hay que perderla nunca.

Un sueño sin una ejecución no deja de ser un deseo inalcanzable.

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