La Extinguida Sensibilidad

En un mundo en el que la envidia y el egoísmo son el motor del mismo echamos en falta la emoción sincera, el buen hacer y la empatía.

Sentir que estamos vivos encontrando cada día al menos un motivo que nos haga entender que estamos en el camino correcto no es más que saber que ese mundo que anhelamos es posible. Posible porque entre millones de personas hay algunas que merecen la pena, posible porque si trabajas tu esfuerzo se verá recompensado, posible porque nos sentimos capaces.
Un día perdimos la capacidad de sentir emociones de esas que nos dejan sin poder hablar. Dar un abrazo, una sonrisa, un te quiero, unas gracias, ..., llenan de sensibilidad la vida de las personas.
Cuando la emoción sincera invade nuestro cuerpo quiere decir que en nosotros, el estar vivo, significa que la sensibilidad aparece porque hacemos las cosas de una determinada manera y no de cualquier manera. Invertimos en buscar siempre una recompensa moral, que nos siga demostrando que el camino es el adecuado, buscamos constantemente la felicidad viviendo de una determinada forma, dejamos el azar para los sorteos y tras entender que tu vida depende de lo que hagas, hacemos todo aquello que nos haga sentirnos vivos.



Si la sensibilidad en algún momento de nuestras vidas está presente dentro de nuestras capacidades, desaparece el mismo día en el que conocemos la envidia y el egoísmo, los dos vicios más personales y malvados que una persona pueda tener.
Sólo nos tenemos que centrar en obtener aquello que deseemos obtener sin tener en cuenta qué obtienen los demás. Se trata de alegrarse por los logros de aquel que se ganó su consecución. Se trata de tener esa sensación de sentir que el mundo puede dar alegrías si estamos predispuestos para ello.

Sin esfuerzo no hay emoción, sin emoción no hay felicidad, sin felicidad la vida no es la misma.

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