De recompensa ... ingratitud y desprecio
Las personas nos movemos por un mundo en el que tarde o temprano se necesita de una ayuda en cualquiera de sus múltiples formas de hacerlo: un auxilio, una necesidad, un deber de estar, un socorro, una asistencia, ...
Normalmente las personas que se prestan a ofrecer ayuda son altruistas o generosas, y lo harán porque sienten, sienten la sensibilidad de tener que estar, en el lugar y en el tiempo, cuando creen que se les necesita y lo hacen sin pensar en si recibirán algo a cambio o no.
No esperan recibir nada a cambio, sólo la satisfacción de haber hecho lo que creían acertado y adecuado. No esperan ser tratados como altaneros en busca del agradecimiento social y familiar, pero tampoco les gustaría recibir a cambio de su desinterés una ingratitud y deslealtad proveniente del odio y del desprecio.
Todo el mundo, y es así, no puede decir "yo estuve en el momento en el que tenía que estar" o "yo hice lo que se tenía que hacer" cuando el mundo te dijo "ve", cuando alguien pidió tu ayuda, cuando la situación requería de alguien, alguien como cualquiera, alguien que quisiera.
Nadie te ha de decir "venga", ni para lo bueno ni para lo malo. Ni te han de decir qué o cuándo tienes que hacer algo ni te han de instigar para que actúes de determinada manera. Debemos ser lo suficientemente maduros para cuando llegue un momento inoportuno e inesperado, lleno posiblemente de inconvenientes, actuar la manera más responsable posible, admitiendo como tuyos todos los actos por hacer, haciéndote cargo de todo como si de ti dependieran los demás, la salud de los demás, las "molestias" de aquellos que luego, cuando llegue la aparente paz, no sepan reconocer las labores de esos que se encargaron de que todo fuera lo más perfecto posible cuando ellos no sabían hacía qué dirección ir. Estos esperan quizás, a lo sumo, un reconocimiento por haber estado y haber hecho cuando en realidad ni estuvieron ni hicieron.
La aparente calma, esa de la que disfrutan los insensibles, no está llena de paz y amor. Ese falso sosiego que te haga recordar y hablar de los demás como si algún día fueron queridos por ti cuando sabes que nunca fue así. Tu quietud fue tu forma de vida, no moviste ni un dedo por quienes amaste, porque nunca amaste ... sólo te amaste a ti.
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