Inercia, temores y personalidad

La desidia personal lleva a los humanos a convertirse en mártires consortes por la alarmante falta de carácter. Esto implica un falso apego hacia la persona con la que compartimos nuestra vida, ya sea nuestra vida en pareja, nuestra vida laboral o nuestra vida en general. Puede parecer que amamos a esa persona cuando en realidad nuestro desinterés es tal que lo que valoramos es tener alguien al lado que nos "ayude" a vivir con ejemplos tan simples como teniendo hijos o poniendo un espejo en el baño para hacernos "selfies".

El fundamento personal debería sobreponerse a la tan ansiada libertad del ser humano porque, para ser libre se requieren tener unos principios personales, basados en el temperamento y la entereza, para poder lograr esa emancipación. Si no nos independizamos de nuestra falta de carácter adquiriendo el necesario para poder decidir por nosotros mismos, no habrá libertad, no habrá paz.

Quizás, la sociedad en general recibe una serie de calificativos que por desgracia nos muestran el nivel de la misma y el grado de implicación en el desarrollo de la vida.
Esa falta de energía, esa desidia o inercia nos muestra la disposición precisamente a no hacer nada, nada de nada. En general no intervenimos en el avance de nuestras vidas, no pretendemos mejoras para la misma, nos conformamos simplemente con ver pasar nuestra existencia por el mismo sitio por donde pasa la vida de los demás, nos importa lo mismo, es decir, nada. Tal vez sepamos más, por tenerla analizada, de vidas ajenas que de la nuestra por aquello de no analizarnos y creernos que todo está bien ... que vale de cualquier manera.

Si realmente nos estudiásemos y quisiéramos hacerle frente a todo aquello que no nos gustase, nos invadirían unos sentimientos de huida de nuestra desidia, de nuestra falta de interés, porque veríamos como somos todo aquello que nunca nos gustó y por no examinar nuestra conciencia, no vimos que empobrecíamos personalmente hasta un punto en el que nos da casi todo igual. 
Caminamos detrás de gente, de una o de varias personas, giramos si ellas giran, paramos si paran y comemos si nos dan de comer.
Si aparecen esos temores es porque no hemos hecho bien las cosas, porque no hemos vivido siguiendo unos principios vitales propios de un ser humano y por contra nos hemos dejado llevar por quienes vieron en nosotros un animal doméstico antes que a una persona.


Nunca es tarde. Dudo mucho que dos personas que viven juntas piensen de la misma forma, miren en la misma dirección y tengan los mismos gustos. Uno miente, seguro.
Esas dos personas ríen a la vez, pero su sonrisa es muy diferente. Uno ríe porque cree controlar el mundo, es decir, a la persona de al lado. El otro ríe porque sabe que está controlado por el mundo, es decir, por la persona de al lado.

La personalidad es precisamente ese conjunto de diferencias que tenemos con los demás, no tenemos que ser ni más listos ni menos que los demás, sólo diferentes, simplemente personales.
Hacer valer nuestro valor y velar porque cada día, cada instante, nuestra persona signifique algo más que otra para alguien que nos considere único, que piense que nuestro mérito está en la diferencia con el resto de los mortales y no convertirnos en uno más, que por cierto es sumamente fácil.

La perseverancia por vivir me llevó incluso a entender la vida. En la complejidad de la misma está su verdadero valor. El desinterés y la desidia nunca fueron amigos de la dificultad y de su superación.

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