La ofensión como defensa

Faltos de argumentos con los que defendernos acudimos normalmente a una falsa ofensa hacia nosotros como abrigo de nuestros fallos.
Cuando aparece esa falta de defensa, ese bloqueo mental que nos dé una salida (para huir) acudimos a la solución más insensata e inhumana: sentirnos ofendidos. La carencia de explicaciones coherentes para exponer los motivos que nos liberen de pecado hace que nuestra única salida (huida) sea, a falta de atajos visibles, sentirse insultado, injuriado, hacer ver al que supuestamente le tendríamos que dar explicaciones que el problema es precisamente la humillación que estamos sufriendo y no la vileza que cometimos y que tanto molesto a tantos.

La razón, ese globo que intentamos traer hacia nosotros y que no baja, no nos defiende, no nos cuida. Tampoco hace que nuestra conciencia aparezca. Sólo podemos estar de su parte porque ella, la razón, nunca estará de la nuestra porque nunca supimos razonar para buscar el entendimiento de que el mundo no soy sólo yo y mis circunstancias, que hay más gente, con sus razones, razones que pueden ser contrarias a mis deseos pero que eso no implica bajeza o maldad en quien las tienen.


Si pensamos en las apariencias, si pensamos en esas personas que creemos conocer y que realmente no tenemos ni idea de quiénes son, o al contrario, saber que conocemos a determinadas personas de las que incluso sus amigos no saben quién es, si obedecemos a las cuestiones sociales para argumentar personalidades estamos o están perdidos.
Si alguien descubre nuestra personalidad, esa que escondemos realmente y que aparentemente nos inventamos otra, dure lo que dure, cueste lo que cueste, para socialmente "caer" bien y para íntimamente "caer" dentro de una espiral de egoísmo y envidia propias de personalidades irracionales.

Hay un dicho que dice que "el ataque es la mejor defensa" y no le falta razón si tanto el que ataca como el que defiende buscan precisamente esa razón. Cuando no se tienen argumentos bastaría con agachar la cabeza y reconocer nuestros fallos.
En una discusión no debería haber nunca vencedores y vencidos, simplemente tendría que haber quien defiende la razón y quien reconoce que se ha defendido bien. Cuando no se tienen argumentos uno no debe defenderse, no debe sentirse perdido, no debe, por tanto, sentirse ofendido e intentar sin argumentos llevarse la razón es, aparte de inútil, inhumano y desalmado.

Si nos sentimos molestos por lo que creemos un ataque hacia nosotros lo primero que tenemos que ver es si hay argumentos o razones para ese ataque, si los hay, no podemos contraatacar, tenemos que reconocer nuestros errores y corregirlos para el futuro.

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